La relación entre Luis Enrique y los medios de comunicación

¿Cuál es la diferencia entre el trabajo de un entrenador y el de un periodista? Ninguna, en ambos casos, la misión consiste en comentar el trabajo de otros. Luis Enrique, otro reportero del montón .

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11S, Le Pen, Vox, cambio climático, salvajismo, pérdida de autoridad, despolitización, violencia en los estadios, impunidad de los ultras, Procés, despilfarro político, desinterés por el fútbol, piratería, deuda pública, Mediapro, COVID, la guerra en Yemen: es simple, al final de cualquier conversación siempre es culpa de los mismos, «los periodistas». Ya sea porque hablan mal de un tema del que «no saben nada», o porque no hablan de algo que claramente importa. Pero ojo, no estamos aquí para llorar. Ser responsable de todos los males del mundo tiene un punto casi euforizante. Basta con escuchar a un pressófobo como Luis Enrique para salir hasta motivado. El razonamiento es implacable: si todo es culpa de los periodistas, entonces los periodistas deben gobernar el mundo, ¿no? Q.E.D.

Siempre negativos

Saquemos algo en claro desde el principio: no hay nada de original, y mucho menos de valiente, en querer atacar a periodistas inofensivos. Trump, Putin, Mélenchon o Luis Enrique tienen eso en común: esa misma aversión (por cierto, ¿qué nos pasaría si Luis Enrique fuera ministro del Interior?). ¿Son las preguntas mediocres de los reporteros de turno más importantes que las respuestas? Y eso que nos dijeron toda la vida que «nunca había una pregunta tonta». Que la ingenuidad era una virtud. Que los buenos pedagogos sabían elevar a cualquiera que tuvieran enfrente.

«No hay nada de original, y mucho menos de valiente, en querer atacar a periodistas inofensivos.»

Dicho esto, pongámonos un momento en sus zapatos. ¿Qué le reprocha Luis Enrique a la prensa exactamente? Falta de objetividad, falta de positividad y falta de trabajo. En el documental que le dedicó Movistar, habla de la relación conflictiva que siempre ha tenido con el exterior. Para él, los periodistas son, en el mejor de los casos, impostores, y en el peor, intrusos en la relación directa que él querría tener con sus seguidores. En plena Copa del Mundo 2022, durante sus famosas sesiones en Twitch, prometía responder a «todas las preguntas». Especialmente a las que él había escogido antes y podía leer en su pantalla. Como si «responder preguntas» fuera un diálogo real.

Error de transmisión

Y ahí está la diferencia entre la comunicación (que está por todos lados en el fútbol) y la transmisión (que es demasiado rara). La comunicación, como dice el filósofo Régis Debray, «es el acto de transportar información en el espacio, mientras que transmitir es llevar información en el tiempo». En el primer caso, el mensaje se agota en cuanto llega a su destinatario. Como un eslogan para fideos o aceite de motor, está condenado a desaparecer en cuanto se pronuncia. Por eso es unívoco y repetitivo. Como un martillo golpeando cabezas. En el segundo caso, el mensaje da lugar a una nueva pregunta. Se convierte en una conversación donde la búsqueda de la verdad es compartida. Cada uno da un paso hacia el otro, y lo que sale de ahí es algo duradero. Eso que llamamos «cultura». En el primer caso, lo esencial no es más que espuma y humo. En el segundo, la conversación es un fuego que enciende conciencias.

«La comunicación, como dice el filósofo Régis Debray, es el acto de transportar información en el espacio, mientras que transmitir es llevar información en el tiempo».

El error de Luis Enrique es pensar que los periodistas no son más que los que maquinas de preguntar. Por pereza intelectual, finge ignorar el papel esencial del crítico, que es jerarquizar, valorar, y educar a la audiencia que él mismo también corteja (en griego krinein es separar). Y del lado de la prensa, el error que a veces cometemos, por corporativismo o simplemente cansancio, es subestimar la cantidad de trabajo que estos tipos tienen que sacar adelante. Si reducimos el trabajo de un entrenador a algo superficial (poner nombres en una hoja de alineación e inventar soluciones tácticas a problemas que nadie se había planteado), dejamos de lado la increíble complejidad de su trabajo (véase la revista de After, número 14). Se trata de gestionar a 26 jugadores (de los cuales la mayoría no juega) y a una veintena de miembros del equipo técnico, todo ello a contrarreloj. La inmensa mayoría de las decisiones se toman por razones que nadie ve. Al final, estos dos trabajos se parecen mucho. La prueba está en que, al final, siempre es nuestra culpa.

Thibaud Leplat

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