Cada vez que ocurre una catástrofe, el fútbol sale señalado. Tras las terribles inundaciones en Valencia, La Liga no se suspendió. Pregunta profunda: ¿es el fútbol algo serio?
[getty src=»2182712524″ width=»594″ height=»383″ tld=»com»]¿Debe el fútbol continuar cuando el pueblo deja de jugar? Las escenas apocalípticas han invadido las timelines y las notificaciones en España. La tragedia que se desarrolla desde la noche del martes en Valencia trae consigo imágenes de un juicio final. Las escenas son desgarradoras. Aquí, la multitud lanza barro a sus políticos. Allí, cae en los brazos de monarcas impotentes. En otro lugar, llora preguntándose cuántos cadáveres más habrá que contar (214 muertos hasta ahora). Hay algo conmovedor en ver a las multitudes organizarse contra la desgracia que acaba de golpearlas.
En medio de la desesperación, el fútbol ha cambiado de forma. Los estadios se han convertido en almacenes de alimentos no perecederos (Levante). Los entrenadores tienen el rostro de una región devastada (Vicente Moreno, entrenador valenciano de Osasuna, que se derrumba en una rueda de prensa), un club madrileño (el Atlético) toca el himno de Valencia en su estadio antes de un partido. Algunos jugadores se visten como empleados de limpieza (Vicente Iborra, Hugo Duro, Tino Costa, Roberto Soldado…) y vuelven a ser miembros anónimos del equipo de los náufragos del barro. En el corazón de las tinieblas, el campeonato ya no tiene ningún sentido. Sin embargo, la competición se ha mantenido en el resto del país. Tebas dijo “el mejor mensaje es no detenerse, salvo en las zonas afectadas”. Muchos se indignaron. Sin embargo, tiene razón.
El juego del pueblo
La pregunta vuelve con cada catástrofe. Omnipresente en el implacable calendario de nuestras costumbres, el fútbol se convierte de repente en un intruso cuando se trata de contar muertos. El lunes, Manuel Jabois en El País expresaba sus dudas como espectador: «No, el fútbol no es cualquier cosa. Si es el deporte del pueblo, el fútbol se detiene cuando tu pueblo se queda sin casa y sin trabajo, no tiene que comer y beber, y busca cadáveres.» Toda la península no se ha inundado, pero toda la península ha sido afectada por las desgarradoras imágenes de familias afligidas. Jugar al fútbol en Valencia en este momento sería como escupir sobre tumbas abiertas. Es cierto.
Sin embargo, la decisión de no suspender completamente el campeonato en solidaridad con la población (aunque se decretaron minutos de silencio en todos los estadios y se difundió un Bizum para enviar donaciones) ha sido percibida por muchos como el síntoma del cinismo de sus promotores. A esto le siguió una condena moral bien conocida pero implacable: es indecente jugar al fútbol en estas condiciones. Dos mil años después de Juvenal —»pan y circo»—, se recuerda la vieja jerarquía moral de las cosas importantes y las menos importantes al infractor. Pero, ¿acaso alguien ha pensado realmente que el fútbol es más importante que lo que tiene en su plato?
Vuelta a la anormalidad
Para responder a esta falsa dicotomía —fútbol o vida—, hay que citar esta famosa frase de Valdano: «el fútbol es la cosa más importante de todas las cosas menos importantes». Esto dice dos verdades muy profundas. Primero, que no se trata de poner la muerte (la seriedad por excelencia) en el mismo plano que el juego de todos. Nadie ha pensado nunca —salvo algunos iluminados a encerrar de urgencia— que un partido de fútbol valiera tanto como una vida humana. Pero, en segundo lugar, si es la cosa más importante de lo superfluo, es porque pertenece al mundo de las tardes entre amigos, de las obras maestras del Renacimiento, de Twin Peaks, de la pastelería o del cine de Stanley Kubrick. El fútbol es nuestra forma de habitar el mundo. El problema no es, entonces, dejar de jugar por decencia o indecencia. El problema es no poder jugar en absoluto.
El fútbol es el suelo de la normalidad. Lo que debería impactar es su ausencia, no su presencia. “¿Pan y circo?” Sí, claro. Porque no vivimos solo de pan. La prueba es que, entre los futboleros, sabemos que estamos un poco mejor cuando volvemos a interesarnos por los puestos de clasificación a la Europa League. Sabemos que vamos a salir adelante cuando nos damos cuenta de que hace tiempo que no vemos un partido. Sabemos que la Parca no nos ha alcanzado cuando aún tenemos tiempo para leer la sección «fichajes» del periódico. El fútbol no es un opio del que habría que deshacerse a toda costa. Es una venda sobre una herida, un pañuelo que te tiende un desconocido. El fútbol es el arte delicado de llevar, contra todas las tormentas, una vida normal.
¡Amunt Valencia!
Thibaud Leplat