La extraña serie de derrotas del Manchester City tiene el mérito de poner sobre la mesa el principal problema de la ciencia del fútbol: nunca se entiende nada.
[getty src=»2187713270″ width=»594″ height=»559″ tld=»com»]¿Qué está pasando? El Manchester City era un colectivo temible. Erigido como ejemplo para las generaciones futuras, Pep Guardiola era el mejor de los nuestros. El líder entre los líderes. Genio táctico y mago del fútbol, su rostro representaba la vanguardia del fútbol del futuro. En cuestión de días, el modelo cayó de su pedestal y el rostro del maestro se cubrió de cicatrices.
Cuando miramos a otros lados, la situación es aún peor. En 2022 era el héroe de una nación, y ahora es su chivo expiatorio favorito. Mbappé, se proclamaba, sería el nuevo Pelé. Su llegada al Real Madrid, celebrada por toda una ciudad en verano, es ahora cosa del pasado. Con el alma en pena, el chico de Bondy arrastra su melancolía por las bandas izquierdas de la peninsula. Algunos gestos de calidad apenas logran ocultar el mar de dudas en el que se pierde. Pelé se ha convertido en Pedro León.
En el fondo, se parece al Barça. Pensábamos haberlo recuperado la noche del Clásico ganado 0-4 en Madrid. El día de su 125 aniversario, cae (una victoria en cuatro partidos) contra un equipo que hace unas semanas estaba en zona de descenso, Las Palmas (1-2). Nota para más tarde: en diciembre de 2025, el fútbol se ha vuelto incomprensible.
Sol Invictus
Frente al océano de dudas, el primer reflejo es buscar una causa simple y única para tranquilizarnos. En la historia del conocimiento, primero fue la religión (los dioses provocaron la tormenta para castigar a los hombres), luego la ciencia (los fenómenos atmosféricos son provocados por el movimiento de masas de aire). También es el trabajo del comentarista de fútbol: producir creencias. Para el City, es la ausencia de Rodri, la lesión de Kovacic, la colocación de Gündogan. Para Mbappé, es su conflicto con el PSG, su posición en el campo, su adaptación en Madrid. Para el Barça, es su defensa en línea, rápidamente descifrada por sus adversarios, el fin del estado de gracia de Flick.
¿Causa o consecuencia? Da igual. Cada vez, una opinión se encarga de satisfacer nuestra necesidad de creer en algo para no hundirnos. Imaginen a los hombres prehistóricos en la primera noche de la humanidad. Hubo que inventar grandes historias para explicar por qué el sol desaparecía en el horizonte cada noche. ¿Volvería al día siguiente? Era necesario un sacrificio para retenerlo. Imputar, es decir, aliviar la angustia de no entender nada con una causa única (una voluntad divina, una consigna táctica imaginaria), es el deporte nacional de la inteligencia.
¿Cómo o por qué?
¿Quién descubrirá el algoritmo secreto del fútbol de Guardiola, de los controles de Bellingham? Difícil decirlo. Algunos han inventado máquinas que calculan índices para darnos la ilusión de entender algo. Los xG son muy útiles, es cierto, para poner un número a una impresión confusa: no basta con tener muchas ocasiones para ganar un partido. Pero estos dispositivos actúan sobre nuestras creencias como una teología: nos dan la ilusión de una causa única para un fenómeno complejo.
Ahora que hemos puesto GPS en los traseros de todos los jugadores, ahora que sabemos todo sobre sus movimientos, sus kilómetros recorridos y su nivel de calcio, ¿hemos resuelto el problema de la voluntad fallida o de la victoria injusta? Podemos seguir midiendo las zancadas de Kylian Mbappé, pero no desentrañaremos el misterio de la melancolía. Cuanto más sabemos responder a la pregunta “¿cómo?”, menos respuestas tenemos para el “¿por qué?”.
Inestable estabilidad
Pep Guardiola, en un inglés aproximado, deslizó una pista durante su conferencia de prensa del pasado 25 de noviembre (3-3 contra el Tottenham): tras una enumeración muy comentada de los problemas de su equipo relacionados con el “cómo” (dificultad para manejar las transiciones rápidas, ausencia de sus defensores centrales, problema de compensar la ausencia de Rodri, etc.), el “por qué” pasó bastante desapercibido: una falta de “estabilidad”. Aquí, sin embargo, está la clave. Quienes leyeron ADN Barça de Paco Seirul.lo, su antiguo ayudante e ideólogo del juego de posición (con prólogo de Pep), prestaron atención. Recordaron su concepto de “energía estabilizadora”. Idea profunda.
La estabilidad no es la inmovilidad. Mientras la inmovilidad supone la ausencia de movimiento, la estabilidad, por el contrario, lo hace posible. Exactamente como el organismo humano se reinventa tras cada infección produciendo anticuerpos que no eliminan la enfermedad pero la neutralizan, los grupos humanos (como un equipo de fútbol) se definen por su capacidad de producir nuevas normas. La estabilidad de un equipo, un jugador, un club, es su capacidad de producir constantemente amortiguadores que le permitan seguir avanzando en un camino accidentado. En medicina, se llama salud. En derecho, una constitución. En fútbol, una idea de juego.
Este es el fundamento teórico del “fútbol líquido”: los equipos son sistemas frágiles en constante reorganización. En el fondo, ya no se trata de imputar causas únicas para comentar, sino de describir lo más fielmente posible las adaptaciones y cambios de equilibrio. Aceptar que ya no entendemos nada y maravillarnos de tal descubrimiento: ese es un excelente remedio para la melancolía.
Thibaud Leplat, en Madrid